El tacto y su propósito
"El ser humano es el NEFESH - una de las 5 partes del alma, y el cuerpo es el LEVUSH - la vestimenta del alma. Así explica Rav Jayim Vital zz"l, el alumno del ARIZAL.
En sus palabras, en la introducción del libro Shaarei Keushá, el escribe: “Es sabido a los conocedores de la ciencia, que el cuerpo del ser humano, no es el ser por el lado de su cuerpo, por que a eso se le llama la carne del hombre… encontramos que el hombre es su “Pnimiut”, - su parte espiritual y el cuerpo es la vestimenta con el cual se viste el Nefesh Hasijli, que es el ser humano mientras está en este mundo, y después de que el alma parte, se desprende de el, se desviste, y es revestido con una prenda espiritual pura y limpia."
El cuerpo viste a todos los órganos espirituales, y cada uno de ellos, cada órgano del cuerpo humano está destinado para cumplir con las mitzvot que HaShem nos ordenó. La falta de la espiritualidad en un órgano, la falta de cumplimiento con ese órgano, repercute en el daño físico del mismo.
El ser humano fue creado con cinco sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto.
Cada uno de estos “sentidos” tiene mitzvot, leyes y antecedentes propios. Aprendamos algo sobre uno de ellos.
El tacto
El tacto es uno de los sentidos que frecuentemente consideramos como algo natural. Sin embargo, es uno de los dones que Hashem nos otorgó al crearnos. ¿Se han puesto a pensar alguna vez que el futuro del pueblo judío dependió un día del sentido del tacto?
Cuando nuestro antepasado Ya’akov Avinu se acercó a su padre Yitzjak para pedirle su bendición, se hizo pasar por su hermano mellizo Esav, quien era peludo. Por cuanto Ya’akov tenía su piel suave, carecía de pelos y temía que si su padre lo tocara, se daría cuenta inmediatamente que el joven que imploraba su bendición era Ya’akov y no Esav. “Si llegara a tocarme, sentiría que no soy Esav y podría pronunciar una maldición en vez de bendecirme”, dijo Ya’acov. Es por eso que su madre Rivká le ordenó ponerse pieles sobre los brazos, y vestir el abrigo de su hermano Esav.
Usamos nuestro sentido del tacto para recordar quienes somos y cuales son nuestros deberes. Cuando un hombre reza en la mañana debe tocar de vez en cuando su tefiín para no olvidar que los lleva puestos. En el Beit Hamikdash el Kohen Gadol (sumo sacerdote), tocaba con frecuencia el Tzitz, la placa de oro con el nombre de Di-s que llevaba en su frente, para recordarle que estaba realizando un trabajo sagrado en el Templo (Yomá 7b).
Al bendecir el pan, debemos sostenerlo entre las dos manos con nuestros diez dedos, para tener siempre presente las diez actividades necesarias para hacer el pan. (arar, sembrar, cosechar, etc.) Es por eso que la bendición del pan y de algunos otros alimentos que son nuestro sustento y de todas las creaciones de Hashem, se componen de diez palabras.
Pero a veces también se nos prohíbe usar el tacto. Al despertarnos por la mañana, una de las primeras cosas que debemos recordar, es lo que no se puede tocar. Se prohíbe tocar cualquier parte del cuerpo que tenga aberturas, por ejemplo los ojos, la nariz, las orejas, etc., hasta no purificarse las manos lavándoselas alternadamente con un jarro de agua, tres o cuatro veces en cada una, por cuanto el alma se separa del cuerpo durante la noche.
Hay muchas cosas que no podemos mover en Shabat, como por ejemplo dinero, herramientas y otras cosas que está prohibido manipular en ese día por ser consideradas “mukze” o “fuera de límite”.
Por otra parte, antes de Shabat acostumbramos palpar nuestros bolsillos para asegurarnos que estén vacíos, así no cargaremos por error algo de un lado a otro.
En el Talmud, en el tratado de Juín se cita a Rabi Yehuda, quien opina que un Talmid jajam, un erudito de la Torá, tiene tres aptitudes que requieren del sentido del tacto desarrollado, estas son: Sofer -ser un escriba de Torá, tefilin y mezuzot; un Shojet -matanza casher, y un Mohel- quien hace el brit milá, la circuncisión.
Les sugiero el siguiente proyecto. Llegue a otro judío con el tacto. Hágale sentirse bien consigo mismo, muéstrele que no es un fracaso, que él es importante. En cuanto a nosotros, alcancemos las palabras de nuestros sabios y toquémoslas, ¡ellas siempre nos llegan!
Extraído de la revista El Kolel con el permiso de su editor