Rav Salomón Michan
La felicidad

La felicidad depende de nosotros mismos

Siempre lo mismo… Cuentan que un hombre siempre llevaba algo para comer en el trabajo. Un día, llegó la hora de comer y sacó su comida. Al abrir el recipiente en que la llevaba, dijo: —¡Ufff! ¡Lo de siempre! ¡El mismo sándwich con at&uac
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Siempre lo mismo…

Cuentan que un hombre siempre llevaba algo para comer en el trabajo. Un día, llegó la hora de comer y sacó su comida. Al abrir el recipiente en que la llevaba, dijo:
—¡Ufff! ¡Lo de siempre! ¡El mismo sándwich con atún de todos los días!

El compañero que se sentó junto a él le aconsejó que dijera a su esposa que diera más variedad a la comida que le preparaba y le cambiara más seguido el “menú”.
Y el hombre contestó a su compañero:
—Mi esposa no me prepara la comida. Yo mismo me la preparo…
Aprendemos de esta historia que la felicidad depende de nosotros mismos. Podemos hacer lo que no nos gusta todos los días, pero aunque tengamos la oportunidad de cambiar “nuestro sándwich”, no lo hacemos.

La ciudad de la felicidad
Dijo en una ocasión Rab Pesaj Krohn: “Todos están buscando la ciudad de la felicidad y no saben que se encuentra en el estado de la mente”.


La caja de la felicidad
Cuentan que un niño no era feliz hasta que a su papá se le ocurrió una idea. Compró una caja enorme que tenía como título: “La caja de la felicidad”. Este niño cambió repentinamente al estrenar su nueva caja de la felicidad. Cuando el niño no quería comer, se metía a la caja y la comida se convertía en un antojo para el niño. Si el niño no quería ir a la escuela, se metía a la caja de la felicidad y, como por arte de magia, su estado de ánimo cambiaba.

Después de mucho tiempo así, se presentó un campamento al que este niño quería ir, pero no podía llevar allí su caja, pues era muy grande. Incluso el padre debió convencer al niño para que no llevara esa caja. Con el transcurso de los días en el campamento, este niño se dio cuenta de que esa caja de la felicidad no existe, sino que en nuestro interior tenemos esa opción de ser felices o tristes.

Despertar de buen o mal humor sólo depende de nosotros. Sea que hayamos tenido un mal sueño o que no pudimos dormir bien, o que el bebé nos despertó, a final de cuentas la felicidad dependerá únicamente de nosotros.

La felicidad depende de mí
En cierta ocasión, durante un curso para matrimonios, preguntaron a una mujer:
—¿Tu esposo te hace verdaderamente feliz?
El esposo alzó ligeramente el cuello en señal de seguridad. Esperaba que su esposa dijera que sí, pues ella jamás se había quejado durante todo su matrimonio. Sin embargo, la esposa respondió rotundamente:
—No. No me hace feliz… Yo soy feliz. Que yo sea feliz no depende de él, sino de mí.
Y continuó diciendo:
—Yo soy la única persona de quien depende mi felicidad. Yo determino ser feliz en cada situación y en cada momento de mi vida. Si mi felicidad dependiera de alguna otra persona, cosa o circunstancia sobre la faz de la tierra, yo estaría en serios problemas.

Todo lo que existe en esta vida cambia continuamente: el ser humano, las riquezas, el cuerpo, los amigos, el clima, el jefe, los placeres… y así podríamos elaborar una lista interminable.

Por eso cada día decido ser feliz… A lo demás lo llamo “experiencias”: olvido las pasajeras y vivo las que son eternas, como amar, perdonar, ayudar, compartir, comprender, aceptar, consolar…
La gente dice: “Hoy no puedo ser feliz porque estoy enfermo, porque no tengo dinero, porque hace mucho calor, porque alguien me insultó, porque alguien ha dejado de amarme, porque alguien no me valoró”.

Y yo digo: SÉ FELIZ, aunque haga calor, aunque estés enfermo, aunque no tengas dinero, aunque alguien te haya insultado, aunque alguien no te ame o no te valore.

La felicidad depende de la decisión que tú tomes cada día.
Está en tus manos ver las cosas positivamente
Rashí comenta, en relación con la vida de Sará, que todos sus años fueron igual de buenos.

Rab J. Rietti comenta: “Esta afirmación resulta incomprensible: nuestra matriarca vivió su esterilidad hasta los noventa años de edad; ¿no había perdido ya las esperanzas de tener hijos? Fue secuestrada dos veces, por el faraón y por Abimelej. Dejó todo para seguir a su marido a una tierra desconocida, sólo para llegar ahí y encontrarse con una hambruna que los obligó a ir a Egipto. Su marido fue arrojado al fuego; ¿eso no fue también una prueba para ella? Abraham, su marido, tuvo que —o sintió que debía— involucrarse en una guerra contra cuatro poderosísimos reyes. ¿Quién le aseguraba que regresaría con vida? Ella tuvo que compartir a su hombre con otra mujer, nada más ni nada menos que su propia sierva —quien después menospreció a su ama—. El hijo de esa criada quería influenciar para mal a su preciado hijo, Itzjak…”
En fin, nosotros tal vez no cataloguemos esa vida como fácil. Pero Rashí expresa que todos esos años “fueron igual de buenos”. ¿Cómo comprenderemos tal aseveración?

La Torá quiere enseñarnos que “mucha gente busca la Ciudad de la Alegría, pero olvida que se encuentra en el Estado de la Mente”. En otras palabras, cada individuo tiene el poder de encarar la vida de buena gana o no. Está en sus manos ver las cosas positivamente o no. Tiene el libre albedrío de escoger cómo sentirse. No es algo que se le escape… a pesar de las dificultades y los altibajos de la vida.

La felicidad está en una maleta. ¡Tú decides si abrirla o no!

 



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