Rav Salomón Michan
Vida Judía

LA MUJER Y LA TORA

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Con mucho esfuerzo, sacrificio, entregando todo por su pueblo y por su Creador; escuchando los sabios consejos del mas grande de la generación, Mordejay HaYehudí, esta gran mujer, Hadasa - quien llegó a ser la reina Ester, salvo a todo Am Israel de la aniquilación total que tenía preparada el malvado Haman. Nuevamente la grandeza de una mujer jugó un rol importantísimo en la historia del Pueblo judío. (Nota del Editor)


Las primeras manos que recibieron la Torá
Cuando subió Moshe Rabenu al Monte Sinai, las primeras palabras que escuchó de Hashem fueron: “Así dile a la casa de Yaakob, y háblale a los hijos de Israel…”.

Nuestros Jajamim nos enseñan que “la Casa de Yaakob”, se refiere a las mujeres del pueblo judío.

¿Y por qué Hashem se dirigió en primer término a ellas? Escribe Rabenu Yoná en su libro Igueret Hateshubá, que el motivo por el cual las mujeres tuvieron prioridad, es porque ellas son las encargadas de enviar a sus hijos a estudiar Torá.

¿Y acaso por esa sola acción obtuvieron ese tan preciado privilegio? La respuesta es: Sí.
Porque todo el estudio de la Torá de los niños de la casa, depende casi exclusivamente de sus madres. Son ellas las responsables de su asistencia, puntualidad y hasta el entusiasmo con el que se presentan en la escuela donde se enseña Torá.

En la Guemará está escrito que en virtud de ser las mujeres las que propician el estudio de la Torá de sus maridos, merecen ellas el mismo pago de la Mitzvá, como si la hubieran realizado.

Igualmente, en otra parte del Talmud le pregunta Rab a Rabí Jiyá:
—¿Con qué mérito las mujeres acceden al Olam Habá?
La respuesta de Rabí Jiyá fue:
—Por enviar a sus hijos a aprender Torá y esperar a que sus maridos regresen de estudiarla.

Y todos sabemos cuánta dedicación requiere esta tarea nada sencilla, en especial cuando se trata de niños renuentes a llegar temprano o a hacer sus tareas.

Es por eso que está escrito en el comentario de Rashí (sobre la mencionada Guemará) que por el arduo trabajo que efectúan las mujeres para que sus hijos estudien Torá y Mishná, el pago que reciben es muy grande.

El Rab Yaakob Emdin en el sidur Migdal Oz escribe: “Mujeres virtuosas son aquéllas que crían a sus hijos en el sendero de la Torá y las Mitzvot, al grado de reprenderlos para que logren esa tarea, como vemos en el caso de Bat Sheba, que inducía a Shelomó Hamelej, su hijo. Y por medio de esa educación, son merecedoras del Olam Habá.
Todo por enviar a sus hijos a estudiar Torá

Escribió Rabenu Yoná:
Que la mujer se cuide mucho de rezar en la mañana, tarde y noche, y al final de su Tefilá, que pida mucho por sus hijos e hijas, que sean temerosos de Hashem y que tengan mucho éxito en su estudio de Torá. Ya que el principal mérito de la mujer en el mundo venidero, es que sus hijos sirvan a Hashem y hagan Su voluntad.

Cuando la mujer se encuentre en el mundo venidero y afirme que sus hijos tienen temor a Hashem, estudian Torá y cumplen las Mitzvot, se considera como si ella —en este mundo—, cumplió con todas las Mitzvot, mérito por el cual merecerá un lugar muy elevado en el Shamaim.

¿De dónde tomó Hashem la HE de Abraham?
Está escrito en la Torá que Abraham se llamaba Abram y Sará se llamaba Sarai. Hashem le quitó la letra YUD a Sarai y se llamó Sará. Esa YUD la partió en dos letras HE (pues de acuerdo a la numerología, la letra Yud equivale al número diez y la letra He al número cinco). Una se la quedó Sará y la otra se la dio a Abraham.
De acuerdo a esta acción se entiende que el nombre de Sará se achicó, a causa de que antes tenía una letra de mayor valor y el nombre de Abraham creció, dado que le aumentaron una letra a su nombre.

Con ello, lo que este relato quiere enseñar es que, si la mujer se apoya y vive con la intención de agrandar el nombre de su esposo, la mujer tendrá un pago muy grande, como está escrito en el versículo inmediatamente después que Sará cambió de nombre, que afirma que Sará recibió todas las bendiciones.

Esto lo vemos con el famoso Rabí Akibá —que logró tener miles de decenas de alumnos— que dijo: “Shelí Veshelajem Shelá” – “Todo lo que tengo y he dado de Torá, se lo debo a mi esposa”.

Si la mujer apoya a su esposo y lo manda a estudiar Torá, ella será la que recibirá todas las bendiciones, ya que esa es su función para adquirir el Olam Habá.

EL MÉRITO DE LA MUJER JUDÍA

Eshet Lapidot
Deborá HaNebiá, “la profetisa”, fue llamada también Eshet Lapidot, que significa “la Mujer de las Luces”. Ella condujo al pueblo de retorno a la Torá y a las Mitzvot después de la muerte de Yehoshúa. Además, contribuyó a la derrota del ejército de Siserá de Yuvín, que oprimió a los Yehudim en aquella época, por consecuencia de que se habían alejado del servicio Divino. A Deborá la llamaron “Eshet Lapidot” debido a que ella, al ver que su esposo era un hombre simple y piadoso, pero incapaz de aprender Torá, quiso buscar méritos para él y para su familia.

¿Qué hacía? Se sentaba bajo la sombra de una palmera y allí preparaba con devoción las mechas que serían utilizadas en la Menorá del Mishkán. Retorcía las hebras entre sus dedos con dedicación y alegría, mientras pronunciaba plegarias y alabanzas al Creador. Una vez que terminaba las mechas, las entregaba a su esposo para que las llevara al Mishkán. Hashem declaró: “Tú quieres incrementar la luz de Mi casa; a cambio, Yo incrementaré tu luz, hasta que seas famosa en todo Yehudá e Israel”. Deborá mereció recibir inspiración Divina y fue conocida como una de las siete mujeres a lo largo de la historia judía que recibieron el don de la profecía. Aun después de la derrota de Siserá, Deborá continuó guiando al pueblo y juzgándolo por muchos años... “Sentada bajo la misma palmera en la que una vez fabricó mechas para la Menorá”.


¿Cómo inició la Yeshibat Ponovitch?
La Yeshibat Ponovitch es una de las Yeshibot más reconocidas de donde salieron muchos Grandes Rabanim. Hasta la fecha sigue siendo una de las instituciones más grandes y sobresalientes del mundo. Rab Yosef Shelomó Caaneman contó cómo fue que tuvo el mérito de construir la Yeshibá, y cuál fue la “piedra fundamental” de la misma: Un abrigo viejo y un par de guantes. Y relató una muy conmovedora historia de su niñez:

En una de las noches frías de invierno, en la aldea donde vivíamos, cuando el viento y el frío, acompañados por una fuerte nevada, penetraba en las casas de los habitantes, la madre de los seis pequeños niños de la familia Caaneman, muy preocupada, pensaba cuál de todos sus hijos tendría el mérito de ir al colegio al día siguiente, ya que en la casa había sólo un abrigo y un par de guantes, debido a la pobreza que sufrían. Después de llegar a la conclusión de que la Torá era de todos, y que desde el más grande hasta el más pequeño eran muy importantes, decidió levantar a sus hijos de madrugada, uno a la vez, y así los fue llevando, uno por uno, hasta el Talmud Torá. Todos usaron el mismo abrigo y el mismo par de guantes. Ella fue y vino en esa madrugada doce veces, seis de ida y seis de vuelta, pero todos participaron del Shiur de Torá, en el horario correspondiente.

La entrega de una madre por el estudio de Torá de sus hijos fue lo que incentivó a Rab Shelomó Caaneman para construir la Yeshibá en los momentos más difíciles, cuando nadie apostaba por el futuro que hoy conocemos.

Similarmente, cuando las madres de Israel dedican su amor, su paciencia y su entrega a la fabricación de las “mechas”, que son los niños que en el futuro portarán la luz y harán alumbrar con su Torá al mundo entero, lo hacen debajo de la “sombra de la palmera”, dentro de su hogar, cuidando que el aceite se mantenga puro de la contaminación moral que impera en las calles.

Por el mérito de la mujer
Cuentan que Rab Yosef Jaim Zonenfeld le decía a su mujer:
Gracias a ti también yo llegaré al Gán Eden. Estoy seguro que cuando tú llegues al Cielo te preguntarán: –¿Qué hiciste de bueno en tu vida? Y les responderás que siempre te dedicaste a atender y ayudar a tu esposo a quien creías un Talmid Jajam. Allí te cuestionarán: –¿Quién te dijo que eso es un Talmid Jajam? Tú les explicarás que una mujer simple y sencilla no tiene la capacidad de determinarlo, pero si todos indican que lo era, ¿por qué dudarlo? El tribunal aceptará tu argumento y te darán un lugar privilegiado. En cuanto a mí, Yosef Jaim, ¿Qué tengo para decir? Serás tú nuevamente la que me ayudará, reclamando: –¿Qué clase de privilegio es estar aquí si no me acompaña mi esposo? A eso me refiero cuando digo que gracias a ti estaré en el Gán Eden.